viernes, 16 de noviembre de 2012

♦Bienvenido al Pandemonio♦

#Las memorias de Lucy Nakazawa. 

 

Capitulo 1: 



Me sentía sola, estaba sola.
Aquel lugar era frío, extraño e inhóspito.

Abrí, lentamente, los ojos. No reconocía, ni recordaba nada, mas que dos nombres "Lucy Nakazawa." y "Nemesis Scarlet."
Me abrazaba a mi misma, a mis piernas, a mi cuerpo.
No recordaba haber nacido, no recordaba que había hecho; todo era extrañamente confuso.
Dotaba de conocimiento; sabía hablar, leer, caminar, correr e incluso, volar.
Mientras pensaba en todo aquello, mordía mi labio inferior. No sentía dolor. Sin embargo note como mi boca se llenaba de un extraño líquido, que me pareció sabroso.
Pasé la lengua por entre mis dientes. Todos parecían normales, a excepción de dos que tenia a cada lado, largos y afilados.
Eran aquellos que me habían brindado aquel extraño líquido.

Seguía sola. Me sentía sola.
Aquel lugar.. seguía siendo frío y oscuro, pero a la par me sentía, bien, cómoda.
Era agradable.

"¿Me has llamado?"

Abrí los ojos.
Sentía algo punzante contra mi pecho. Todo estaba borroso, difuminado y no distinguía bien. Se escuchaban varias voces y gritos. En fin, barullo.

 —¡Se está despertando! —escuché gritar a lo lejos.

Era una voz, ronca, fuerte y decidida. Parecía provenir de un hombre de mediana edad.
Intenté moverme, pero no podía, me dolía el cuerpo y aquella cosa punzante  se mantenía contra mi pecho.

—¿Que hacemos? —preguntó una voz algo mas joven, temerosa y acobardada—. Solo hemos encontrado a una... ¡y ni eso! Ella nos ha encontrado a nosotros. —recalcó con voz algo entre cortada. Parecía que tuviera un nudo en la garganta. Su voz poco a poco se apagaba.

"Tendrá miedo?" pensé.

Ese pequeño instante, me pareció toda una vida. Volví a cerrar los ojos, me sentía exhausta, cansada, agobiada..., sulfurada.
Cuando los volví a abrir, una gran luz me cegó. Parpadee varias veces para conseguir una buena visualización; aquel lugar me pareció reconfortante. Era una gran habitación, con muebles antiguos y elegantes de estilo victoriano.
Me incorpore.
A pie de la cama había algo, o mas bien alguien: Un joven, de hermosos cabellos plateados, yacía dormido, con una sonrisa divertida.

—¿Quién eres? —pregunté, aun sabiendo que en ese momento no me respondería.
Sacudí la cabeza y retire las sabanas que habian colocado sobre mi. Tambalee un poco al caminar, era como si lo hubiera olvidado. Pude observar, sin mirarme a un espejo, que mi cabello era largo y oscuro. Vestía un gran abrigo crimson con motivos de rombos blancos, una pequeña falda negra, y unas largas botas que creo recordar que me llegaban hasta, más o menos, las rodillas. En las manos mantenía unos guantes blancos, los cuales estaban manchados de algún líquido rojo; el cual, por el olor, me fue extrañamente familiar.

Solté una pequeña risa, que en silencio se fue convirtiendo en una risotada histérica. Levanté la mano llevándomela a la cara y cubriendo así la mitad de ella.
Por un instante sentí que no era yo.
Aquella sensación se desvaneció cuando lo escuche hablar, mi risa lo había despertado.

—¿Uhm, ya estas despierta? -Era la típica pregunta que se hacia nada mas ver a alguien. Si, como las de "¿Estas bien?" cuando ves que alguien se a caído, y eso obvio que le duele.

Me giré observando al joven, estaba ligeramente sonrosado,y tenia las marcas de la sábanas gravadas en su pómulo derecho. Su expresión era risueña como la de un niño y su voz, extrañamente cálida.
Todo era extraño. No como la de aquellas personas que gritaban histéricas por mi presencia.

—¿Quien eres? —Volví a preguntar, en tono borde. No le conocía, no sabía donde estaba; no tenía razones para ser amable—. Y sí. Me ves de pie, a pocos metros de ti. No en aquella cama, es obvio que este despierta.

Aquel joven, recobro la compostura mientras hablaba.
Era bastante mas alto que yo. Su cabello era hermosamente plateado, largo, recogido en una coletita que dejaba caer cual cascada por su hombro derecho Y sus ojos, grandes y hermosos recordaban las esmeraldas. Vestía un largo abrigo blanco, al igual que los pantalones, la camisa y los zapatos; con varios detalles de un profundo dorado.
A pesar de todo aquello, lo que mas me llamo la atención de él fue la forma amable y preocupada en la que me contestó:

—¿Has podido descansar? ¿Te encuentras bien? Espero que si. Si gustas, en el armario que hay detrás de ti, tienes mudas limpias. Puedes cambiarte.
Aquellas palabras... amables, consideradas y raramente preocupadas. Daba la sensación de que me conocía, pero yo a el no. O por lo menos no le recordaba.

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